El día que casi nos dejan en tierra por exceso de tote bags
Todo empezó con una idea… o más bien con muchas. Una tarde cualquiera, entre cafés, empezamos a poner en palabras ese lugar que nos rondaba por la cabeza: un espacio de salud diferente, con un enfoque más humano, más cuidado, más consciente. Dejamos que saliera todo sin filtros: qué nos gustaría tener, cómo querríamos trabajar, qué tipo de energía queríamos que se respirara en cada rincón. Fue un ejercicio de imaginación brutal, y la ilusión nos desbordaba.
Pero claro, también sabíamos que había que aterrizar todo eso. Teníamos que saber si ese sueño era viable o solo una fantasía bonita.
Así que decidimos hacer algo muy concreto: visitar una de las ferias más grandes de equipamiento para centros de salud. Fue como entrar en una versión física de nuestras ideas. Vimos camillas, suelos, iluminación, aromas, todo lo que habíamos imaginado… y más. Pudimos tocar, preguntar, comparar, hacer números. Salimos con catálogos, contactos, presupuestos, pero sobre todo con la certeza de que ese sueño era más posible de lo que pensábamos.
Ahí fue donde Balance empezó a tomar forma. No solo como concepto, sino como proyecto real.
Las ferias de material de salud no son un paseo tranquilo. Son un torbellino. Y nos metimos de lleno.
Allí estábamos: rodeados de comerciales, compañeros de profesión y hasta algunos que ya eran amigos. El ambiente era una mezcla rara entre congreso y parque de atracciones para fisioterapeutas. Pasillos llenos de aparatos, ofertas que solo duran ese día, mesas que suben, bajan, giran y vibran. Probamos camillas como si estuviéramos buscando sofá para casa, pero con mucha más atención. Cada detalle contaba.
Nos subimos a plataformas, tocamos texturas, escuchamos a profesionales hacer demostraciones en vivo que te dejaban con la boca abierta. En un momento estábamos viendo una ecografía en directo, en otro, preguntando precios, y de repente, boom: un ponente internacional al que uno de nosotros había tenido como profesor en el máster. Ese tipo de reencuentros que te hacen ilusión de verdad.
En cada stand, además, te regalaban algo: tote bags, bolígrafos, pósters, libretas, muestras… Íbamos cargando bolsas como si estuviéramos en una gincana. Y claro, en el momento lo disfrutamos como niños, pero cuando llegó la hora de volver a Toulouse y tuvimos que hacer las maletas para el avión… bueno, digamos que fue bastante folclórico. No sabíamos cómo meter todo. ¡Ni el Tetris ayudó!
Fue una mezcla preciosa entre información técnica, reencuentros inesperados y esa sensación de estar en el lugar adecuado, en el momento justo. Salimos con las mochilas llenas de catálogos, la cabeza hirviendo de ideas... y alguna que otra risa compartida por cosas que no sabíamos ni que existían.
Esa experiencia no solo nos ayudó a aterrizar el proyecto. También nos recordó por qué amamos esta profesión.
Aún no sabíamos que un día lo llamaríamos Balance, pero ahí, entre pasillos de feria y camillas en movimiento, empezamos a construirlo sin darnos cuenta.